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COMO EDUCAR BIEN A LOS NIÑOS

Los padres hemos cambiado. Los chicos, también. La forma de criarlos se ha modificado, a veces para bien y a veces no tanto. Pero los profesionales han revisado algunos conceptos y los consejos son otros.
Lo bueno y lo malo de la crianza en el nuevo milenio.

Agostina tiene siete años, pero desde los tres maneja la computadora de su abuela con toda naturalidad. Su programa favorito, como el de la mayoría de chicos y grandes, es Windows, porque tiene luces y dibujitos (íconos) que le indican lo que tiene que hacer y qué tecla apretar. Pero lo mejor del programa es el “tacho de basura” al que puede “arrastrar” los archivos y en un ¡click! hacerlos desaparecer. De ese modo fue que dejó flotando en el espacio varios preciados archivos.
Si como adultos pensamos en nuestra propia historia (sin tecnología), encontramos muy lejanos aquellos días en que las nenas jugábamos a las figuritas y los nenes hacían rodar sus autitos a pulmón y sin apretar ningun botón para que corrieran sobre el balcón o la vereda, más tranquila que la de ahora.



Los padres actuales no deberán retroceder tanto en sus recuerdos para reconstruir su propia infancia, pero sus imágenes tampoco los conectarán fácilmente con los niños de hoy.
Quizás ésta sea una buena manera de empezar a pensar por qué son diferentes los chicos del 2000 en relación a los de hace unas pocas décadas. En el saber popular se dice que los de ahora vienen más adelantados, que son más despiertos, que son los chicos de la tecnología.
Algo de todo eso es cierto, pero no porque los niños hayan cambiado tanto, sino porque la sociedad y el mundo que los rodea han sufrido una tremenda transformación. Hay una aceleración en la distribución del conocimiento, un proceso de globalización muy fuerte, económico y cultural. Los estímulos que llegan a los niños hoy en día son mucho más masivos y diversificados que hace 30 años, la velocidad regula nuestras actividades y los valores tan estables que nos regían fueron reemplazados por otros. Nuestros padres y abuelos tenían más fe en la religión y confiaban en que las profesiones tradicionales garantizarían el futuro de sus hijos, pensaban que el ahorro era la base de la fortuna, aunque el dinero no hace la felicidad, y que lo más importante de la vida era el buen nombre y honor.
“En una sociedad más quieta y estable era razonable que hubiera una fórmula para criar a los chicos en función de los objetivos de esa sociedad. En estos momentos todo está en revisión y en movimiento”, opina el doctor Osvaldo Blanco, médico pediatra del Hospital Italiano de Buenos Aires y profesor de Pediatría en la Facultad de Medicina de la UBA. Ahora, la crianza se flexibilizó y se presta más atención a las necesidades del chico que a las de los adultos. Antes, al bebé se lo encorsetaba, se lo metía en determinado patrón y no importaba que llorara o que mandara mensajes desesperados. Uno actuaba sobre él de acuerdo a la fórmula. “Felizmente eso nunca fue estrictamente así, porque todo pasaba por el tamiz del corazón de la mamá –dice el médico–, pero las reglas eran más rígidas y se podía dejar llorar al bebé una noche entera porque ‘no había que levantarlo’.” Ahora tal vez no se los deja llorar ni un poco, con lo cual se va al otro extremo: no se reconoce el derecho que tienen los chicos a que les mostremos los límites del mundo real....


Los cambios más notables
La lactancia materna
“Durante mucho tiempo no se valoró debidamente la lactancia. A veces la misma medicina llegó a reemplazarla con ‘fórmulas’ preparadas, pensando que la alimentación podía ser más científica si se medía con exactitud la cantidad y calidad de los componentes que el bebé tomaba”, explica el doctor Blanco. La gran inserción de la mujer en el mundo laboral también influyó para que muchos bebés no tomaran el pecho.
En cambio, ahora los pediatras recomiendan que durante los primeros seis meses la lactancia materna sea exclusiva, y recién entonces incorporar otros nutrientes blandos o sólidos. Pero igual se aconseja seguir con la lactancia todo el primer año de vida o aún más. Ahora bien, el otro tema es ¿cuándo es el momento de dejar el pecho? “Eso depende –dice el doctor Blanco–; si es un chiquito que progresa bien en todas las áreas, que juega, también va a poder dejar el pecho cuando llegue el momento, como un signo de maduración. Esto no significa, de todos modos, que si la lactancia se extiende más allá de los dos años, se debe consultar al pediatra.”


Los horarios
Antes los horarios eran más rígidos, y el nene debía comer cada tres horas aunque se desgañitara llorando de hambre o durmiera plácidamente. Ahora se piensa que debe haber un equilibrio: se deben respetar las necesidades del bebé y al mismo tiempo ayudarlo a adaptarse a un ritmo social. “Por ejemplo –explica el pediatra–, el nene deberá ir aprendiendo la diferencia entre el día y la noche. ¿Cómo? Con mensajes coherentes. Si en una casa a la noche se apaga la luz, el chico va a dormir. Por un lado empieza a regularse solo, y por otro, la familia lo va haciendo esperar cada vez un poco más.”


La agresividad
Los padres suelen ser ahora más comprensivos que antes de los berrinches de sus hijos y también prestan más atención a las causas. Por ejemplo, cuando un chiquito se acerca a su hermanito recién nacido con un tenedor en ristre, en lugar de mirarlo horrorizado como diciendo “No tenés que sentir eso por tu hermano” (algo común en el pasado), ahora lo mira con cara de “Y bueno, tenés bronca, me doy cuenta de lo que pasa, pero no voy a dejarte hacer eso”. “El mensaje que el chico recibe es distinto y también es diferente lo que él mismo va elaborando”, explica el médico.
Si los chicos vienen hoy ‘adelantados’ es también porque los adultos han cambiado y tratan a los bebés de otro modo, como si fueran personas y no tontitos que con el tiempo van a madurar.
También se tiende a aceptar que la relación entre madre e hijo no es siempre idílica. Por ejemplo, cuando el chiquito quiere tocar algo peligroso y su mamá no lo deja, él se enoja y le pega. Siente hostilidad hacia ella. Y también es lógico que la mamá no siempre ‘adore’ a su bebé. A veces está cansada, de mal humor o preocupada por sus propias cosas y reacciona mal ante una tontería. Lo bueno es que después pueda explicarle brevemente por qué tuvo esa actitud o decirle que lo siente. Todo esto forma parte del proceso de separación paulatina de ambos y de ‘individuación’ del chico.


Los primeros pasos
Siempre fue un tema de orgullo para los padres que su bebé caminara antes de cumplir el año. Para eso lo paraban antes de tiempo. Hoy se considera que es el niño el que da mensajes de lo que puede hacer: primero se sienta, luego se incorpora, hasta que está listo para sostenerse solo. El día que logra pararse está feliz porque tiene control sobre lo que hace. No importa si tiene 9 meses o un año y medio. El mejor estímulo para que esto ocurra es el afecto, el contacto físico, el juego de los padres con el hijo, y permitir que el chico vaya haciendo sus progresos solito.


El control de esfínteres
Por supuesto que hay ciertos momentos para cada cosa y es el pediatra quien determina si el bebé está listo para dejar los pañales. Por ejemplo, supongamos que a una familia se le ocurre que su bebé controle esfínteres a los 10 meses. “Desde un punto de vista de los reflejos condicionados esto es posible. Pero no es lo adecuado si se considera que el control es también un desarrollo social, una adaptación al medio”, afirma el doctor Blanco. El médico debe evaluar si el bebé está listo para este paso, si tiene suficiente maduración neurológica para que su cerebro esté conectado con la vejiga (se sabe que en principio esto sucede después del año). Además, debe averiguar si no está pasando por alguna etapa conflictiva en la que no se le puede exigir nada tan complejo. Por último, los papás deben estar preparados para sostener lo que venga mientras el nene aprende a controlarse. Si ellos están muy complicados con algo, es preferible que esperen con el tema hasta tener el tiempo y la dedicación necesarios.
Para la licenciada Alicia Leone, psicóloga y presidenta de la Asociación Argentina de Psiquiatría y Psicología de la Infancia y la Adolescencia (ASAPPIA), la cuestión no pasa sólo porque el niño use o no pañales, sino que desde el punto de vista psicológico, el control de esfínteres coincide con que el chico empieza a percibir que éste es un acto privado y que él puede controlarlo: hay un lugar que es para defecar y otros que no lo son. Esto comienza a despertarle sentimientos de privacidad, de dominio sobre su cuerpo, de separación y diferenciación con la mamá. La edad se flexibilizó y el control puede darse a los 2, 3, o 4 años, porque más que la edad cronológica se toma en cuenta la constitución del aparato psíquico.


Los límites
Este es un tema donde los cambios han sido impactantes. Si antes los niños no eran escuchados ni tenidos en cuenta para las decisiones, ahora el problema es que son demasiado escuchados y están inmersos más de lo necesario en el mundo de los adultos.
“No poner un límite es una forma de abandono”, opina el doctor Blanco. Los chicos tienen que aprender a tolerar pequeños límites, a esperar, pero ¿cómo van a aprender si los padres no toleran que el niño se frustre un poquito?
Un tema tan sencillo como el de las golosinas, por ejemplo, cumple una función importante en el aprendizaje. Cuando los padres las manejan bien, los chicos aprenden que hay placeres muy intensos, pero que uno no los tiene sin límite y cada vez que se le antoja, que a veces se debe esperar un poco para alcanzarlos. “Si se van utilizando estos recursos desde temprano, los padres se garantizan adolescencias un poco menos tormentosas y más tranquilas”, comenta el médico.


La privacidad
Los papás de antes no pensaban que sus hijos tenían derecho a la privacidad: ellos podían interrumpir sus juegos, leer sus cartitas y sus diarios íntimos porque para algo eran los padres.
Hoy se cree que hay que permitir a los chicos tener sus propios proyectos. Por ejemplo, si están jugando –algo que puede ser muy importante para ellos–, el adulto debe tenerlo en cuenta y no ordenarles que abandonen inmediatamente el juego para que hagan tal o cual cosa. Algo muy distinto es decir: ‘Mirá, yo preciso que hagan esto, vamos a tener que parar el juego y después siguen’. Y ni qué hablar de los espacios físicos: cuando aparece en el niño el pudor por la desnudez hay que respetarlo. Del mismo modo, es bueno que el chico sepa que antes de entrar en el cuarto de los padres tiene que preguntar si puede hacerlo en ese momento. Y si el adulto entra en el cuarto del chico, no cuesta nada avisar. Eso es darle categoría de persona.
Por otro lado, si se trata de bañarse con los hijos –algo que ahora se ve con cierta frecuencia entre los padres más jóvenes– no es, a criterio de los profesionales, un signo de liberalidad sino una cosa muy traumática para los chicos, porque quedan expuestos a la sexualidad del adulto. Aunque éste no lo planee ni lo perciba así, puede producirles una sobreexcitación innecesaria.


Decir la verdad
“En el pasado se les mentía muchísimo a los chicos”, reflexiona Osvaldo Blanco. “Una cosa es filtrarles la realidad, adaptarla a su comprensión, y otra muy diferente es tergiversarla. La verdad genera confianza; en cambio, es muy difícil que apueste a la confianza un chico al que le han mentido”. Por ejemplo, antes no se acostumbraba decir a los chicos adoptivos que lo eran. Pero la verdad tiene una fuerza enorme y siempre termina por aflorar. Cuando un chico ve a su papá serio, preocupado o triste porque perdió el trabajo, debe saber que es por eso. “Compartir estas cosas con los chicos es más importante que los títulos que uno haya ganado en Harvard”, opina el médico.
De todas maneras, nadie espera que los padres nunca se equivoquen. Es terrible para un chico tener padres perfectos. Por suerte no existen, porque, ¿cómo se humaniza un niño con dos padres que no cometen nunca un error? “Lo importante –sugiere el doctor Blanco– es que sean capaces, desde una posición honesta, de reconocerlo y dar en este sentido un ejemplo. Y no por eso perderán su autoridad.”


De cuentos y pantallas
Hasta hace pocos años los padres y abuelos acostumbraban leer cuentos a los chicos. En general, el mismo cuento se leía muchas veces, los chicos aprendían el relato de memoria y no aceptaban que se les cambiara ni una palabra; quizás porque en un mundo tan variable, tener algo previsible, que siempre permanece igual les da seguridad. La cuestión es que los cuentos servían para incorporar la lectura de la mano de papá, mamá o la abuela. El libro obligaba a imaginar muchas cosas que el texto no mostraba o no decía. Entonces no existía la video. Era impensable que un chico viera un mismo video 10 o 20 veces. “Ahora el nuevo fenómeno que se da es el del espectador intensivo: el chico que mira la misma historia hasta 40 veces por año”, asegura Daniel Calmels, psicomotricista, profesor de Educación Física, poeta, docente universitario y titular de la Cátedra de Formación Corporal de la Escuela Argentina de Psicomotricidad. A diferencia del cuento, el video pone al niño en un lugar de espectador y de pasividad. Hay poco que él pueda agregar o imaginar, porque el modelo que presenta la pantalla es diferente al del libro: tiene movimiento, habla y su voz tiene cierta entonación. De todos modos, ven la misma película una y otra vez porque eso les ayuda a elaborar ciertos temas.
El doctor Blanco piensa que con un padre al lado para comentar lo que ven, incluso las escenas de violencia, la TV es una herrramienta excelente. El problema empieza cuando el aparato reemplaza a los padres. Además, sugiere apagarla durante la reunión familiar del mediodía o la noche, aunque eso acarree una pelea.


Los nuevos héroes
El modelo impuesto por los héroes de hace unas décadas –Tarzán, Supermán, Batman– era el del cuerpo en el espacio. Podían desplazarse por el aire y sus historias eran bastante lineales: los buenos, los malos y un argumento que al final tenía un desenlace.
Los héroes actuales traen consigo un altísimo nivel de tecnología agregada; ya no usan las manos y el cuerpo para atacar y defenderse sino que manejan sus armas de manera digital. “Y esto es un cambio que no sólo se da en los personajes sino también en los juegos de los chicos de hoy, que utilizan tempranamente la tecnología digital casi sin usar sus palmas. Hoy, los niños juegan menos a la pelota, usan menos su cuerpo para pelearse e invierten mucho tiempo en las máquinas. Hacen cosas muy difíciles y complejas – asegura Daniel Calmels–, pero sus manos ya no cobran habilidad y destreza al cortar, escribir, tallar, envolver el hilo de un trompo, usar una bolita o hacer cosas con los dedos.”
La psicóloga Alicia Leone cree, en cambio, que las cosas no han cambiado tanto como los adultos suponen: “Los chicos imaginativos siguen jugando como los de antes y barajando los mismos mitos: quién es el héroe, quién es el malo, etcétera”, dice.


La tecnología
Es quizás una de las influencias más poderosas sobre los chicos de hoy en todo sentido. “La idea que transmite la computadora –dice la Lic. Leone– es de que no hay límites: uno puede comunicarse con el otro extremo del planeta en segundos, el tiempo no cuenta, todo es inmediato.” Esto se adapta muy bien, a su criterio, a la sociedad consumista que estamos construyendo, en la que no hay tiempo para la reflexión o para la espera que implica alcanzar ciertos logros. Esta forma de vivir aceleradamente es quizás responsable de que muchos chicos tengan ahora más dificultad para concentrarse, para atender, para esperar o para tolerar la frustración.
Daniel Calmels encuentra que la tecnología tiene ventajas y desventajas. Entre las primeras, que permite un acceso fácil a la información y la posibilidad de que el niño aprenda a simbolizar (es decir, a recrear situaciones imaginarias), ya que puede organizar peleas y luchas en la pantalla. Los jueguitos que se le ofrecen y que le apasionan son básicamente juegos de persecución –un clásico que además practican cada vez que tienen un momento libre– o bien los de confrontación, que tienen que ver con sus habituales juegos de competencia.
“Por un lado, estas temáticas les ayudan a canalizar parte de su agresividad natural en forma de juego. Pero por el otro, como el niño no participa corporalmente de lo que sucede en la pantalla, pierde algo importante de su experiencia”, comenta.
Luego está el tema de la comunicación. Si la máquina va a suplir la comunicación con otras personas casi todo el tiempo, no le sirve. Si, en cambio, es un elemento para comunicarse con otros, puede serle útil.
“Pero, por ahora, lo que más sorprende a padres y maestros es el monto desmedido de agresión que se observa en diferentes lugares, donde los protagonistas son cada vez más jóvenes. No se sabe aún si esto es consecuencia de las máquinas, pero sí se toma en cuenta que el leitmotiv de los jueguitos y ciertos programas de TV están muy relacionados con la violencia y con las armas”, comenta el psicomotricista, que agrega que lo que sí se sabe es que el tiempo de ocio del niño está cada vez más programado por instituciones: el club, la colonia, las escuelitas deportivas. Hasta los cumpleaños, que antes se hacían en las casas, donde los chicos jugaban sin pautas, ahora se planifican con animadores, horarios acotados o en lugares de juego.


El sobreestímulo y la angustia
De lo visto hasta aquí se puede deducir que los niños de hoy tienen más libertades, pero también un exceso de estímulos y pocas oportunidades para disfrutar del tiempo libre que es necesario en la infancia. Para el doctor Blanco esto es dañino: “El exceso de actividades, no respetar el tiempo de juego, la sobrecarga de violencia en los medios masivos de comunicación, lo inadecuado de las ciudades a las necesidades de los chicos (en Buenos Aires, un niño no puede salir solo antes de los 12 años y ni hablemos de jugar en la vereda), y el imperativo de enseñarles una conducta defensiva –porque el riesgo es real, no imaginario– son todas cosas que atentan contra la salud física y mental de los chicos”.
La licenciada Leone asegura que aumentaron los casos de chicos angustiados. Probablemente porque reciben un exceso de estímulos, pero no se les dan los elementos para resolver sus conflictos. Al chico, como al adulto, lo angustian los grandes interrogantes del ser humano: la sexualidad, la muerte, la pérdida de seres queridos, y está mucho más expuesto a eso que antes. “Cuando la hiperestimulación se da en áreas clave, como la sexualidad, donde las posibilidades de procesar el tema no están dadas aún para el el chico, su desarrollo emocional se ve perjudicado.”
Una cosa que les genera mucha angustia es la dificultad para diferenciar la fantasía de la realidad. Ellos imaginan con mucha nitidez y a medida que se desarrollan psíquicamente pueden ir armando oraciones para contar las cosas que los asustan y diferenciar lo real de lo imaginario o lo soñado. Pero si no tienen suficientes ocasiones de conversar, de escuchar cuentos, de fantasear y hablar de esos miedos, no tienen forma de superar su angustia.
Esto también pasa porque la vida cotidiana de los papás es más difícil y les deja menos tiempo para estar con los hijos y permitir ese espacio de diálogo.


NIÑOS SUPERDOTADOS
Muchos papás, en algún momento, piensan que su hijo es excepcionalmente talentoso y muchos chicos, en alguna etapa de su desarrollo, están adelantados al promedio de su edad. Pero una capacidad mayor en una o dos áreas no convierte al niño en un genio. Para conocer si un chico es superdotado, hay que observar si tiene estas características básicas:

- Sobresale en casi todos sus logros y capacidades.
- Siente placer al recibir información y aprender, y es entusiasta en lo que hace.
- Puede tener talentos especiales para la música, el arte, las matemáticas, la lengua, y eso le da una habilidad particular para ciertos juegos, como el ajedrez.
“Los chicos superdotados requieren una mirada específica, pero no siempre de una institución especial. Hay que mirar a cada chico como único, porque todos tienen necesidades particulares”, dice el doctor Blanco.
“Un niño que tenga buenos docentes –opina Alicia Leone– no necesita una escuela especial. En lugar de crear este tipo de instituciones es preferible capacitar a los docentes. Lo importante es estimular su curiosidad, los juegos, el placer por lo que hace y los buenos vínculos con los otros.”


LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

Antes sólo se consideraba a la inteligencia como la capacidad de resolver problemas, prácticos o teóricos. Hoy hay un rescate de lo que serían las habilidades para manejarse en sociedad: liderazgo, adaptación, capacidad para negociar, buena comunicación, posibilidad de expresar las emociones, capacidad para la intimidad y para ponerse en el lugar del otro, etc.
En la actualidad, la educación, tanto de ciertos hogares como de algunas escuelas en particular, tiende a fomentar este tipo de inteligencia que, se sabe, es imprescindible para la superviviencia, para los logros y el desarrollo normal en el mundo moderno.


LAS NUEVAS FAMILIAS

Es natural que los chicos crezcan y se desarrollen dentro de una familia que los proteja. Pero como la familia no es una institución “natural” e inmutable, sino que se modifica a través de las épocas, en muchos casos los nuevos modelos de familia carecen de tres principios que parecían, hasta hace poco, fundamentales: la convivencia, la sexualidad y la reproducción.
Estos nuevos modelos, con los que grandes y chicos deberemos convivir, son:
1. Las familias que construyen los divorciados que vuelven a casarse, tener hijos y contactar a la nueva prole con los hijos del matrimonio anterior. Si estos hijos establecen buenos vínculos entre sí, pueden considerarse hermanos. Si no lo hacen, sólo comparten su consanguinidad con los nuevos hijos de su papá (o su mamá).
2. Matrimonios cuyos miembros viven alejados y sólo se encuentran los fines de semana. En general, esto se produce por razones de trabajo o económicas.
3. Hombres y mujeres que viven sin pareja y adoptan una criatura. Generalmente los parientes o amigos del adulto funcionan como una red de sostén de esa familia uniparental.
4. Los nuevos métodos de reproducción brindaron la posibilidad de concebir a quienes nunca antes lo habían logrado. Para eso, en casos de esterilidad, por ejemplo, suelen utilizarse óvulos o espermatozoides de un donante desconocido. En otros casos la fertilización se produce fuera del útero materno y también, como resultado de ciertas técnicas, se obtienen nacimientos múltiples. Las criaturas nacidas de estas fecundaciones se consideran perfectamente normales.

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