Los roles femenino y masculino han cambiado y seguirán cambiando
Que los hombres y las mujeres somos diferentes es una afirmación que aún se mantiene sin titubear. Pero ¿a qué edad los chicos y las chicas reconocen la diferencia? ¿Cuáles son las situaciones en las que ellos protagonizan esas diferencias? Por ejemplo: cuando un nene cuya edad oscila entre los tres y los cuatro años, al regresar del jardín de infantes le dice a su mamá: “Marcelita me gusta mucho, es mi novia y quiero que venga a casa a jugar”, está afirmando que él es un varón deseoso de alternar con la niña que lo entusiasma.
O sea, no es necesario que las hormonas comiencen a cumplir su labor al llegar la pubertad, porque sin necesidad de apoyatura biológica visible, las conductas que los chicos y las chicas aprenden en sus contactos con los adultos y con los medios de comunicación les enseñan a distinguir entre hombres y mujeres. También sucedía de ese modo en otras épocas, pero la educación familiar de las últimas décadas facilitó la expresión de las emociones infantiles que actualmente se manifiestan con una notable espontaneidad.
A medida que se abrieron las compuertas de la tolerancia y de la comprensión fueron surgiendo dos fenómenos muy interesantes: uno, el que acabo de describir y que se refiere a “los amoríos” de los chicos y chicas del jardín de infantes. Tanto las nenas como los varones declaran sus sentimientos y hacen pública confesión de sus preferencias hacia un compañero o compañerita.
Hasta aquí, aunque el entusiasmo infantil asombra por su avance, el sistema de las diferencias entre hombres y mujeres se mantiene dentro del orden convencional: niñas y niños se comportan de acuerdo con lo que se supone es lo masculino y lo femenino
Pero el otro fenómeno a cargo de los más chicos es exactamente el opuesto: con frecuencia los varones eligen comportarse de manera contradictoria respecto de lo que la cultura pretende imponer. El chiquilín que acuna amorosamente a su osito, lo acuesta y lo tapa indicándole que llegó la hora de dormir, es capaz de desencadenar cortocircuitos domésticos: “¿Que le pasa a este chico?, ¿Por qué hace cosas de nena?” puede bramar su padre. “Aunque todavía sea muy chico voy a empezar a llevarlo a la cancha conmigo!” promete desde su imaginada autoridad varonil. Y se equivoca. Porque los más chicos ya descubrieron que no existen “cosas de nenes y cosas de nenas”.
Sucede de este modo porque claudicó la idea de una esencia masculina y otra esencia femenina. Cayó el esencialismo que durante siglos permitió afirmar “las mujeres son...” y “los hombres son...”, generalmente idealizando al varón y descalificando a las mujeres. Se estudió rigurosamente el tema como para que hoy en día sepamos que las conductas de los hombres y de las mujeres no están naturalmente dadas, que no son fijas e inamovibles, sino producto de las diferentes culturas, y se modifican de acuerdo con el transcurrir de la historia. Por lo tanto, es posible transformarlas.
Eso es lo que están mostrándonos las nenas que insisten en patear pelotas y jugar al fútbol, que ayudan a armar las carpas tirando de las sogas enérgicamente cuando se sale de campamento, y que piden entrenamiento en karate y kung fu.
Son las nenas que a los ocho años le contestan a su mamá que, erróneamente, le pide que la ayude a tender la cama de su hermano mayor: “¿Por qué no se lo pedís a él? Yo tiendo la mía, él que se ocupe de la suya.”
Este es un punto clave: la transmisión cultural de los equívocos puede estar a cargo de las mujeres que aún suponen deben servir a los varones por obligación, y al mismo tiempo inducen a los hijos varones a esperar esa servidumbre.
No es fácil asumir los cambios que en materia género mujer y género varón los chicos están poniendo en práctica, porque el registro que ellos tienen del mundo que los rodea es sumamente veloz. Por ejemplo, si no se los inhibe, los varones avanzan expresando, a veces de forma conmovedora, su necesidad de transmitir ternura y amparo, sentimientos que el prejuicio encerraba en lo femenino; así como ensayan sin vergüenzas limitantes, disfrazarse, maquillarse y disfrutar de sus cambios de apariencia.
Las nenas se detienen ante esas vidrieras que aún separan en “juguetes para nenas y juguetes para varones” y eligen las computadoras que la tradición afiliaba como actividad propia del género masculino. Ellas saben que precisan manejar computación para pilotear aviones en el futuro, y para transitar por cualquiera de los caminos que elijan.
No es sencillo acompasarse con estos nuevos contenidos que el psiquismo de los chicos incorpora, porque los hombres y las mujeres, entrenados en los prejuicios que el esencialismo produjo, acceden lentamente a la comprensión de los nuevos modelos. Resulta más tranquilizador continuar afirmando “las mujeres son histéricas” o “los hombres no lloran” que reconocer las complejidades que acerca de lo femenino y lo masculino se plantean en la actualidad.
Hoy en día los padres tienen a su cargo una delicadísima tarea: revisar y corregir las propias convicciones acerca de las diferencias entre los hombres y las mujeres, y tomar en cuenta que las nenas y los chicos actuales registran las nuevas perspectivas que en materia sexo y género ofrece el mundo de hoy.
Eva Giverti
Psicoanalista, docente universitaria y autora de numerosos libros.
Que los hombres y las mujeres somos diferentes es una afirmación que aún se mantiene sin titubear. Pero ¿a qué edad los chicos y las chicas reconocen la diferencia? ¿Cuáles son las situaciones en las que ellos protagonizan esas diferencias? Por ejemplo: cuando un nene cuya edad oscila entre los tres y los cuatro años, al regresar del jardín de infantes le dice a su mamá: “Marcelita me gusta mucho, es mi novia y quiero que venga a casa a jugar”, está afirmando que él es un varón deseoso de alternar con la niña que lo entusiasma.
O sea, no es necesario que las hormonas comiencen a cumplir su labor al llegar la pubertad, porque sin necesidad de apoyatura biológica visible, las conductas que los chicos y las chicas aprenden en sus contactos con los adultos y con los medios de comunicación les enseñan a distinguir entre hombres y mujeres. También sucedía de ese modo en otras épocas, pero la educación familiar de las últimas décadas facilitó la expresión de las emociones infantiles que actualmente se manifiestan con una notable espontaneidad.
A medida que se abrieron las compuertas de la tolerancia y de la comprensión fueron surgiendo dos fenómenos muy interesantes: uno, el que acabo de describir y que se refiere a “los amoríos” de los chicos y chicas del jardín de infantes. Tanto las nenas como los varones declaran sus sentimientos y hacen pública confesión de sus preferencias hacia un compañero o compañerita.
Hasta aquí, aunque el entusiasmo infantil asombra por su avance, el sistema de las diferencias entre hombres y mujeres se mantiene dentro del orden convencional: niñas y niños se comportan de acuerdo con lo que se supone es lo masculino y lo femenino
Pero el otro fenómeno a cargo de los más chicos es exactamente el opuesto: con frecuencia los varones eligen comportarse de manera contradictoria respecto de lo que la cultura pretende imponer. El chiquilín que acuna amorosamente a su osito, lo acuesta y lo tapa indicándole que llegó la hora de dormir, es capaz de desencadenar cortocircuitos domésticos: “¿Que le pasa a este chico?, ¿Por qué hace cosas de nena?” puede bramar su padre. “Aunque todavía sea muy chico voy a empezar a llevarlo a la cancha conmigo!” promete desde su imaginada autoridad varonil. Y se equivoca. Porque los más chicos ya descubrieron que no existen “cosas de nenes y cosas de nenas”.
Sucede de este modo porque claudicó la idea de una esencia masculina y otra esencia femenina. Cayó el esencialismo que durante siglos permitió afirmar “las mujeres son...” y “los hombres son...”, generalmente idealizando al varón y descalificando a las mujeres. Se estudió rigurosamente el tema como para que hoy en día sepamos que las conductas de los hombres y de las mujeres no están naturalmente dadas, que no son fijas e inamovibles, sino producto de las diferentes culturas, y se modifican de acuerdo con el transcurrir de la historia. Por lo tanto, es posible transformarlas.
Eso es lo que están mostrándonos las nenas que insisten en patear pelotas y jugar al fútbol, que ayudan a armar las carpas tirando de las sogas enérgicamente cuando se sale de campamento, y que piden entrenamiento en karate y kung fu.
Son las nenas que a los ocho años le contestan a su mamá que, erróneamente, le pide que la ayude a tender la cama de su hermano mayor: “¿Por qué no se lo pedís a él? Yo tiendo la mía, él que se ocupe de la suya.”
Este es un punto clave: la transmisión cultural de los equívocos puede estar a cargo de las mujeres que aún suponen deben servir a los varones por obligación, y al mismo tiempo inducen a los hijos varones a esperar esa servidumbre.
No es fácil asumir los cambios que en materia género mujer y género varón los chicos están poniendo en práctica, porque el registro que ellos tienen del mundo que los rodea es sumamente veloz. Por ejemplo, si no se los inhibe, los varones avanzan expresando, a veces de forma conmovedora, su necesidad de transmitir ternura y amparo, sentimientos que el prejuicio encerraba en lo femenino; así como ensayan sin vergüenzas limitantes, disfrazarse, maquillarse y disfrutar de sus cambios de apariencia.
Las nenas se detienen ante esas vidrieras que aún separan en “juguetes para nenas y juguetes para varones” y eligen las computadoras que la tradición afiliaba como actividad propia del género masculino. Ellas saben que precisan manejar computación para pilotear aviones en el futuro, y para transitar por cualquiera de los caminos que elijan.
No es sencillo acompasarse con estos nuevos contenidos que el psiquismo de los chicos incorpora, porque los hombres y las mujeres, entrenados en los prejuicios que el esencialismo produjo, acceden lentamente a la comprensión de los nuevos modelos. Resulta más tranquilizador continuar afirmando “las mujeres son histéricas” o “los hombres no lloran” que reconocer las complejidades que acerca de lo femenino y lo masculino se plantean en la actualidad.
Hoy en día los padres tienen a su cargo una delicadísima tarea: revisar y corregir las propias convicciones acerca de las diferencias entre los hombres y las mujeres, y tomar en cuenta que las nenas y los chicos actuales registran las nuevas perspectivas que en materia sexo y género ofrece el mundo de hoy.
Eva Giverti
Psicoanalista, docente universitaria y autora de numerosos libros.
Comentarios
Publicar un comentario